Vuelven a ser invisibles. Nadie oye sus maullidos en esta noche tan fría.
Ayer creí que aquellos muchachos rescatarían a alguno de ellos. Pero siguen todos aquí abajo, agazapados entre los setos, muertos de pena y de hambre. Si al menos tuvieran a su madre para acurrucarse a su lado y mamar un poco...
Tampoco pude hacer nada por ella. Todavía yace ahí, tirada en la carretera, pasando los coches sobre su cuerpo una y otra vez.
Y yo solo puedo mirar desde esta limitadora ventana sabiendo que, en el fondo, soy un gato afortunado.
Acoconante! Tus micro-relatos son complejos y emocionantes. Sigue escribiendo, sigue puliendo, sigue tensando!
ResponderEliminarLo haré! Gracias!
Eliminar¡Qué chulo! Enhorabuena.
ResponderEliminarGracias!!
Eliminar¡Claro que me ha gustado!, mis gatitos quedaron huérfanos. Si tienes tiempo y ganas entra en mi blog: anapalaciosv.es
ResponderEliminarEscribo bastante sobre gatos. Justo cuando yo salí de Relatos compulsivos entraste tú y cuando leí el nombre pensé: seguro que tenemos más de una cosa en común y así es. Un abrazote. Nos seguiremos leyendo.
Acabo de ver este comentario. Discúlpame. Muchas gracias por la visita, Ana. Esto lo escribiste hace casi un año; ahora ya nos conocemos un poquito más y sí, tenemos muchas cosas en común ¡y todas buenas! ;)
ResponderEliminarNos leeremos por aquí, por allá...
Abrazos.