sábado, 30 de abril de 2016

TRAS EL CRISTAL


Marta se encontraba frente a la ventana del salón, sentada en su lustroso sillón verde desde el que cada sábado, con Miau acurrucado entre sus piernas, esperaba en duerme vela a que Aarón se recogiera después de salir a dar una vuelta. Aarón era un chico normal, con las ganas de divertirse que tienen los jóvenes a esa edad, quizá algo rebelde, pero con un fondo muy noble. Nunca mentía. Y aquella última noche, al marcharse, le prometió a su madre que volvería pronto.

Antonio la miró con tristeza:

—Marta, cariño, sé que es muy duro para ti, pero creo que es hora de aceptar que Aarón nunca volverá.


La mirada de Marta siguió fija en el cristal. No se inmutó. Desde que Aarón faltaba, Marta estaba siempre como ausente. No hablaba, apenas comía ni dormía, no lloraba... Solo esperaba frente a aquella ventana.

Marta se levantó a por una manzana. Antonio ya no estaba.

La luz de la lamparita del salón osciló unos segundos y luego se fundió, dejándoles con la única iluminación de la luna en aquel solitario y triste salón.

Miau se hacía viejo postrado en el brazo del sillón verde, ya algo raído y sucio.

Marta volvió a sentarse y notó cómo le crujieron sus rodillas. Levantó su brazo buscando acariciar a Miau, pero este tampoco estaba ya.

Se miró las manos, arrugadas como pasas, las uñas largas y enroscadas...


Suspiró un instante y se fue para siempre, abandonando aquella noche eterna.


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