sábado, 30 de marzo de 2019

ANCLADOS

Kika se levanta procurando no despertar a Miguel. Descalza recorre el pasillo hasta el salón y sale a la terraza en busca de aire fresco. El agudo e incesante canto de los grillos confirma las altas temperaturas de esta noche veraniega. Un escalofrío la despertó aún con la sensación en su espalda de un abrazo reciente. La mirada de Yago al atardecer, rodeado de girasoles vuelve a su retina más real que la oscuridad que la rodea. Se sorprende de que todavía siga soñando con él; a pesar de tener una vida feliz junto a Miguel y de no haberle visto desde que se separaron hace más de una década, esos sueños la embriagan de amor profundo.
Mira la hora en el móvil, "estará amaneciendo en España", piensa. Busca en contactos y abre un chat: "Hola, Yago", lo borra. "Querido Yago: ¡cuánto tiempo! ¿Sabes qué soñé...” Borra, borra, borra... Finalmente controla el impulso. Mejor dejarlo, ya dolió bastante.
La luna está creciente, como la que se ha tatuado hace unos días y ahora adorna su escote. Se hace una foto alineando ambas; la pone en su perfil y en su estado: "¿Lunática?" con un girasol y un corazón. "Como si fuese a leerlo. Ilusa", se dice. Ella nunca creyó en conexiones paranormales.
Regresa a la cama donde Miguel sigue dormido y se arropa en el recuerdo de ese sueño hasta que logra dormirse otra vez.


*****

Yago tiene un cuaderno lleno de sueños bajo su almohada. No es el primero: soterrados en el cajón de las sábanas guarda otros diez, uno por año.
Es un tipo corriente: eficiente en el trabajo, divertido con los amigos, cariñoso con la familia... Los que le quieren bien no entienden por qué no se echa una novia. Varias le han pretendido desde que se separó de Kika, pero Yago parece no estar interesado en compartir su vida con nadie. Dice que está bien solo y cambia de tema con maestría si alguien intenta escarbar más de la cuenta.
Cada noche al acostarse toma su cuaderno y escribe una breve historia. Luego apaga la luz y la recrea en su mente hasta que se duerme.

Hace un sol radiante. Camina por un sendero sinuoso rodeado de campos amarillos. Debe de ser finales del verano y el aire cálido acaricia su cara. Escucha a lo lejos esa risa que reconocería entre todas las risas: el tono, el ritmo acompasado, el suspiro que siempre la sigue... no sabe exactamente qué de todo eso es lo que le provoca, de un modo casi mágico, la expansión del músculo que bombea el purpúreo elixir de la vida. Palpita cada vez más rápido. Inquieto, acelera el paso. Al fin la ve, su melena rojiza ondea entre los girasoles. Se apresura a abrazarla por la espalda y al girarse la admira: lleva un nuevo tatuaje en forma de luna bajo la clavícula. Su cara no ha cambiado nada, tampoco esa blanquísima sonrisa. Unos rutilantes ojos reflejan la emoción al verle y siente que ella también le ha echado de menos. Ambos saben que lo que hubo entre los dos les unirá para siempre.

Suena el despertador. Yago saca el cuaderno y dibuja un número que subraya: 26. Son las veces que ha logrado verla en un sueño, pero no en uno cualquiera, no, son sueños lúcidos de esos que no laceran sino que reconfortan, en los que ambos se encuentran en una realidad paralela. Un viaje astral.

Mientras se afeita se observa en el espejo y sonríe. ¡Hoy la abrazó!




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sábado, 9 de marzo de 2019

EN TIEMPOS DE JULIA


Dice Julia que las mujeres no debemos andar solas de noche, que crea mala fama. Yo cuestiono si eso no es bueno, ahora que ser famoso sale tan rentable, y dice que el que se gana la fama por no ser recto se cuelga un sambenito que no me recomienda. Mi hermana pequeña, que la mira atenta, quiere saber quién es "San Benito", pero Julia prosigue con su discurso: que ya no hay mujeres decentes, que algunas no tienen principios y así pasa...
Le pregunto qué opina sobre la igualdad y se cabrea.
—¿Qué igualdad ni qué ocho cuartos? ¡Somos distintos! —dice mientras sirve en cada plato un mazacote de arroz.

—Julia, ¿le gusta ser ama de casa?
—Es mi obligación, ni me gusta ni me disgusta.
—Si hubiese nacido chico, ¿qué habría querido ser?
—Pues algo con estudios, no sé, quizá médico o maestro...
—¿Y por qué no estudió?
—Ay, niña, porque eso era cosa de hombres. Afortunadamente para vosotras eso ha cambiado.
—Aún hay mucho por hacer para que desaparezca completamente el machismo —digo convencida.
—¡No digas tonterías! ¡En mis tiempos había machismo, pero ahora ya no!
—Entonces —ironizo—, ¿cree que si un hombre sale solo de noche se creará mala fama?
—No, hija. Un hombre puede salir por la noche solo porque para eso es un hombre. No sé qué te enseñan en el instituto, pero tienes la cabeza llena de pájaros. Venga, terminad de comer que vuestra madre está al llegar. Yo aún tengo que limpiar las botas de mi Antonio y freírle el pescado, que después de la partida viene "contento" y si le hago esperar, la tendremos.

Recojo los platos y friego.

—¡Ya está aquí! —nos vocea desde el pasillo.

Recibe a mi madre con una bota en una mano y un trapo untado con pomada negra en la otra.

—Muchas gracias por tu ayuda, Julia —dice mamá algo avergonzada.

En su rostro leo que esta vez tampoco ha conseguido el trabajo.
Parece que comeremos aquí una buena temporada.


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