Mira la hora en el móvil, "estará amaneciendo en España", piensa. Busca en contactos y abre un chat: "Hola, Yago", lo borra. "Querido Yago: ¡cuánto tiempo! ¿Sabes qué soñé...” Borra, borra, borra... Finalmente controla el impulso. Mejor dejarlo, ya dolió bastante.
La luna está creciente, como la que se ha tatuado hace unos días y ahora adorna su escote. Se hace una foto alineando ambas; la pone en su perfil y en su estado: "¿Lunática?" con un girasol y un corazón. "Como si fuese a leerlo. Ilusa", se dice. Ella nunca creyó en conexiones paranormales.
Regresa a la cama donde Miguel sigue dormido y se arropa en el recuerdo de ese sueño hasta que logra dormirse otra vez.
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Es un tipo corriente: eficiente en el trabajo, divertido con los amigos, cariñoso con la familia... Los que le quieren bien no entienden por qué no se echa una novia. Varias le han pretendido desde que se separó de Kika, pero Yago parece no estar interesado en compartir su vida con nadie. Dice que está bien solo y cambia de tema con maestría si alguien intenta escarbar más de la cuenta.
Cada noche al acostarse toma su cuaderno y escribe una breve historia. Luego apaga la luz y la recrea en su mente hasta que se duerme.
Hace un sol radiante. Camina por un sendero sinuoso rodeado de campos amarillos. Debe de ser finales del verano y el aire cálido acaricia su cara. Escucha a lo lejos esa risa que reconocería entre todas las risas: el tono, el ritmo acompasado, el suspiro que siempre la sigue... no sabe exactamente qué de todo eso es lo que le provoca, de un modo casi mágico, la expansión del músculo que bombea el purpúreo elixir de la vida. Palpita cada vez más rápido. Inquieto, acelera el paso. Al fin la ve, su melena rojiza ondea entre los girasoles. Se apresura a abrazarla por la espalda y al girarse la admira: lleva un nuevo tatuaje en forma de luna bajo la clavícula. Su cara no ha cambiado nada, tampoco esa blanquísima sonrisa. Unos rutilantes ojos reflejan la emoción al verle y siente que ella también le ha echado de menos. Ambos saben que lo que hubo entre los dos les unirá para siempre.
Suena el despertador. Yago saca el cuaderno y dibuja un número que subraya: 26. Son las veces que ha logrado verla en un sueño, pero no en uno cualquiera, no, son sueños lúcidos de esos que no laceran sino que reconfortan, en los que ambos se encuentran en una realidad paralela. Un viaje astral.
Mientras se afeita se observa en el espejo y sonríe. ¡Hoy la abrazó!