Entra al salón, levanta la tapa del
piano y limpia con un extremo de su bata las teclas de marfil. Piensa
en esos pobres elefantes a los que arrebataron sus preciados
colmillos para que seres considerados extremadamente sensibles se
deleitaran con su lisura.
Le pesa.
Retira la banqueta, se sienta y llora.
Luego, tantea unos acordes, recorre un
par de tonalidades y cierra los ojos.
Desde la cocina, Veva escucha la Sonata
en Fa menor de Scarlatti. Deja las verduras a medio cortar y
silenciosa se acerca a la puerta procurando no estropear el momento.
Ele interpreta la pieza con
extraordinaria sensibilidad y precisión. Al acabar, limpia de nuevo
el teclado con la bata y encorvado ejecuta la Sonata en Re menor.
Últimamente toca
poco, pero siempre que lo hace recurre a la sonata monotemática en
modo menor, quizá porque sea lo que más se asemeja, hoy, a sí mismo.
Absorta lo escucha
parada en el quicio, cuando una lágrima desciende hasta la comisura
de sus labios. La recoge con su lengua, queriendo retener con ella
también ese instante.
Justo entonces, él
interrumpe la interpretación. Repite varias veces el pasaje,
desagrega las notas del acorde de la mano izquierda y localiza un sol
ligeramente desafinado. Lo pulsa insistentemente hasta aporrear el
teclado entre sollozos.
—¡Mamá!, ¡se
ha desafinado!
Veva se oculta y
secándose las lágrimas reaparece.
—Tranquilo, no
pasa nada. Esta tarde llamaremos al afinador.
—¿Y mi madre?
¿Quién es usted?
—Soy Veva,
Eleuterio. Genoveva, tu mujer.
—Qué tontería.
Yo no la conozco. Debo buscar a mi madre que vendrá cargada con la
compra —dijo encaminándose hacia la puerta de la calle—. Está
cerrada. ¡Tengo que salir!
—Eleuterio,
vístete y salimos juntos a dar un paseo.
—Pasear, no. Debo
ayudar a mi madre.
—Tienes razón.
Yo te acompaño, pero vístete antes, no vayas a coger frío y le des
un disgusto.
—¿Me visto y
vamos?
—Claro, Ele.
Vístete, cariño. Venga, que yo te ayudo.
Mientras Genoveva
le ayuda a ponerse los calcetines, Eleuterio apacigua el gesto y,
asomando una chispa a sus ojos, pregunta curioso:
—¿Quién te
ayudó hoy con la compra, mamá?
Veva traga y
suspirando responde:
—No me acuerdo.
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