Me
declaro responsable de asesinato.
Cuando
me empeño en algo soy incapaz de parar hasta conseguirlo. No fue una
decisión motivada por un arranque de ira ni me poseyó ninguna
locura transitoria; al contrario, fue premeditada y me encontraba en
perfecto estado de salud mental.
Él
quería que aparentara ser perfecta. Buscaba la aprobación de la
galería en lugar de la mía.
Yo no soportaba su obsesión por el orden, por la limpieza, por la puntualidad. Nunca me aceptó como soy, imperfecta, y si cometía un fallo, me castigaba por ello insultándome, subestimándome y juzgándome.
Yo no soportaba su obsesión por el orden, por la limpieza, por la puntualidad. Nunca me aceptó como soy, imperfecta, y si cometía un fallo, me castigaba por ello insultándome, subestimándome y juzgándome.
Me
instigaba a tener miedo, a sentir culpa, a no valorarme.
En
ocasiones, cuando percibía que me había hundido con el relente de
sus palabras, se disculpaba. Se retractaba con elogios y me aseguraba
que no volvería a pasar, que me iba a cuidar, porque yo era la
persona más importante de su vida. Sin embargo, eso nunca duraba y mi deseo
de acabar con él aumentaba después de cada promesa incumplida, de
cada muestra en la que plasmaba que, en realidad, me despreciaba
profundamente.
Hasta
que no pude más: decidí aniquilarlo.
Lo
hice casi sin que se diera cuenta. Me costó, pero poco a poco
comenzó a debilitarse. Hablaba menos y cuando lo hacía, lo ignoraba.
Conforme su poder amainaba, el mío se restablecía.
Hubo
quien advirtió algo extraño. "¿Estás bien?, te noto cambiada", decían. Luego, cuando dejó de asistir a las citas con mis amigos, preguntaban por él. Hasta que se fueron acostumbrando a su ausencia.
Hoy
ya no tengo que aguantar sus juicios. Ya no escucho su voz acusadora
cuando cometo errores ni se me hace un nudo en la garganta si digo
algo políticamente incorrecto.
Ahora
me acepto sabiendo que no soy perfecta y que no debo remedar a nadie, porque lo importante es ser auténtica.
Desde
la galería se ve sólo la punta del iceberg, pero lo verdaderamente
valioso está adentro. Somos energía, amor, sueños...
Ahora
me siento en paz. Soy libre.
Al fin maté ese juez que vivía dentro de mí.
Al fin maté ese juez que vivía dentro de mí.
A ves somos nosotros nuestros jueces más duros e intransigentes y debemos acabar con su tiranía. Debemos ser auténticos, sin pensar en la galería. Solo así seremos libres y felices.
ResponderEliminarEstupendo relato que debería servir de auto-ayuda.
Un abrazo.
¡Muchas gracias, Josep Mª!
EliminarAsí lo creo. El juez más exigente es casi siempre el propio.
Un abrazo.