martes, 24 de mayo de 2016

LA AUREOLA




Manuela y Damián vivían en una humilde casa en el campo. Damián era labrador, pero empezaba a sentirse mayor para tan duro trabajo. Esa tarde, tras una intensa jornada, llegó a casa cansado y dolorido

—Damián – le dijo preocupada – ni tus huesos ni tus fuerzas aguantarán por mucho más tiempo la labranza.

Damián levantó la cabeza y la miró apesadumbrado.

—Lo sé, Manuela —musitó—  y no tenemos otro sustento...

Agachó la cabeza y caminó despacio hasta una de las mecedoras que tenían bajo un pequeño porche. Una preciosa luz anaranjada iluminaba todo y decoraba un cielo salpicado de nubes de colores imposibles. Manuela se sentó a su lado.

—Confía en Dios —le dijo inclinándose hacia él y cogiéndole la mano.

Damián giró el cuello para mirarla. Tras la silueta de su cabeza, un sol enorme, ya casi rojo, asomaba como una aureola.

—Eres una ángel —dijo agradecido a aquella mujer que le había acompañado durante cincuenta y dos años.

En ese instante, una luz iluminó el rostro de Manuela que se encontraba de espaldas al sol. Ambos miraron hacia el lugar del que procedía ese reflejo y sonriendo volvieron a mirarse el uno al otro. Las vidrieras de la ermita de San Agustín...

A la mañana siguiente, un joven harapiento llamó a su puerta. No llevaba más que lo puesto. No buscaba dinero, sólo algo de comida a cambio de su trabajo. Ella suspiró.



—Entra muchacho. Esta es tu casa.




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4 comentarios:

  1. Encantador! Me gusta la atmosfera dorada, somnolienta, confiada y triunfal... el aura de misterio de principio a final. Muy bueno!

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    1. Gracias, Servant of the Secret Fire!!! Qué bien que te guste! ;)

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  2. Muy breve pero muy bonito.
    Ese rayo de esperanza que todos necesitamos de vez en cuando, y que en tu cuento llega en el momento preciso.Enhorabuena!

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