viernes, 23 de febrero de 2018

¡MANDA CARALLO!


¡Manda carallo!
Perdonen la expresión, pero es que estoy desolado. Cuatro meses llevaba esperando el dichoso Entroido.
«Que sí, Benito, que te va a encantar, que no hay mejor fiesta» me repetía Cosme continuamente. «¡Que el Entroido te cambia la vida! Además, yo ya he ido dos veces a tu tierra y tú aún no conoces la mía, ¡carallo
Así que acepté la invitación sin consultarle a mi timidez. El problema es que, más tarde, esta se enteró y empezó a torturarme con su sofisticado generador de angustia, su mejor estrategia para salirse con la suya: Los ataques de pánico, el insomnio, el dolor de estómago... Pero esta vez no iba a lograr que cambiase mi decisión, no señor, porque no me daba a mí la gana.
Hace tiempo que cree que es ella la que toma las decisiones, ¡la dueña de mi vida! Pues ¡naranjas de la china!, que para eso llevo media vida de psicólogos —me dije—; aquí el que manda soy yo.

Pasé cuatro meses terribles. De los peores de mi vida. Tuve que retomar mis visitas al psicólogo porque me estaba ahogando y temía dejarme vencer.

Llegó el día. Cuando sonó el portero automático, una fuerza sobrenatural me inmovilizó hasta las pestañas. Lo único que lograba moverse en mi cuerpo era mi mente diciéndome que me escondiera, que Cosme tenía una copia de las llaves y subiría. Así fue. Cogió mi maleta, tiró de mí escaleras abajo y finalmente, no recuerdo cómo, me monté en el coche. Más de cinco horas de viaje en las que no dije una sola palabra.

Vamos, Benito, que el orballo también cala.
Como un autómata bajé del coche y seguí a Cosme que iba con las dos maletas dando tumbos por un camino de piedras dispuestas de forma irregular. Al fondo, una casa con el tejado de pizarra y una chimenea humeante. Cosme llamó a la puerta. Abrió una muchacha preciosa con un vestido lila el cual terminaba en unos tentáculos llenos de ventosas pintadas del mismo color. Yo estaba a tres pasos de la puerta cuando tropecé con una de las piedras.
¡Manda carallo, Benito! Anda con cuidado, home, que el suelo resbala.
Me levanté lo más rápido que pude y allí estaba ella mirándome con una sonrisa violeta a juego con su vestido. Por el calor que subió a mis mejillas y a mis orejas debí ponerme como un tomate.
Entrad, os traeré una toalla.
"Alba", me susurró Cosme.
Alba bajó la escalera con un par de toallas en la mano y algo indescriptible colgando del brazo. Nos lanzó las toallas y estiró aquella cosa mostrándonosla.
¡¡Tachán!! ¿Te gusta?— me preguntó.
¿Qué es? —balbuceé mientras volvían a encenderse mis mejillas.
¿Qué va a ser? ¡Un disfraz de cachelo! ¿No pensarías dejar al pulpiño solo? Déjame ver si no te queda muy largo.
Me puse de pie y ella, suelta como pulpo en el agua, me embutió en aquella cosa de fieltro de color patata al pimentón.
¡Perfecto! Secaos y poneos los disfraces que en una hora hay cachuchada en el Campo da Barreira y he quedado con mi novio— dijo rompiéndome el corazón.

Sí, sé que es estúpido enamorarse de alguien a primera vista. Pasé los tres días siendo la más triste patata cocida. Con lo que me costó llegar hasta allí. Ni Cosme consiguió animarme ni mi timidez volvió a hacer acto de presencia. Ya todo me daba igual. Ya todo me da igual. Cosme tenía razón, el Entroido te cambia la vida. ¡Manda carallo!




2 comentarios:

  1. Bueno, este relato ya sabes que me gustó. Trasuda buen humor y tiene un aura tan fuertemente empática que uno termina dentro del cuento, junto con Benito.
    Un abrazo grande, Gatuna

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Simón. Es un honor recibir tu visita y tus palabras.
      Un abrazo.

      Eliminar