sábado, 28 de mayo de 2016

EL HOMBRE CABRA


Cerró el libro y tras frotarse los ojos echó un vistazo a su alrededor. No había ni un solo viajero a parte de él mismo. Pensó que ya llevaba demasiado tiempo leyendo con la tenue luz de aquella lúgubre estación. Miró el enorme y viejo reloj de pared. Las tres y media. Aún faltaba más de una hora para su tren.

Se levantó dejando sus cosas en el banco y entre bostezos cogió su botella de agua ya casi vacía y empezó a recorrer la extensa y silenciosa sala de espera en busca de un lavabo. A esas horas de la noche parecía una estación fantasma, sin ventanillas ni bares ni tiendas abiertas. Sin vigilantes ni viajeros ni personal de estación. Tal vez solo hubiera uno o dos trenes nocturnos y el personal viniese un poco antes de su llegada. O tal vez estuviese durmiendo tras alguna de esas ventanillas cerradas.

Después de un rato dando vueltas entre bancos, papeleras y negocios cerrados encontró un recoveco en el que había un par de puertas negras con extraños relieves. En una de ellas sobresalía la silueta de una esfinge y en la otra la de un fauno. Bostezando de nuevo y con una leve risa sin fuerza, se tocó la cabeza como buscándose los posibles cuernos y empujó con su cuerpo cansado esa inusual puerta. Dentro, la luz parpadeaba y emitía un zumbido continuo. El servicio tenía forma de "L", con tres lavabos y al menos ocho o diez retretes. Al fondo, una ventana ojival con varios cristales rotos evidenciaba el abandono de aquel lugar. Hacía mucho más frío que en la sala de espera, tanto que del chorro de orina salía vaho. Tiró de la cadena, pero la cisterna no soltó ni una gota. Intentó en vano lavarse las manos; tampoco había agua en ninguno de los tres lavabos. Se miró al espejo, observó sus ojeras y su rostro demacrado y mientras se atusaba un poco el pelo, oyó unos pasos fuera.
Salió corriendo porque temía que le robasen el equipaje que había dejado solo en aquella desértica estación pensando que a esas horas nadie aparecería por allí. Asustado dobló la esquina. No vio a nadie. Se acercó nervioso al banco donde había dejado sus cosas. Estaba todo. Respiró hondo y miró de nuevo a su alrededor. Ni rastro. Pensó que podría haber sido alguien que hubiera entrado al servicio de mujeres y se hubiese marchado corriendo. Se acercó a las puertas de cristal y, sin atreverse a salir, intentó ver si había algún vehículo. Pero la falta de iluminación en el exterior y el reflejo de las luces de la sala en los cristales no le permitían ver prácticamente nada de lo que había fuera. Tan solo la luna que estaba saliendo y unas farolas lejanas que indicaban que la población más cercana estaba demasiado lejos como para que alguien anduviese por la zona sin un vehículo.



—Tal vez fuese un perro. ¡O un pastor! —se dijo en voz baja intentando tranquilizarse—. Además, qué importa, no me ha robado el equipaje.

Volvió a su banco y se sentó. El susto le había dejado la boca seca, buscó en el bolsillo de la maleta su botella de agua, pero no estaba. Miró varias veces, buscó debajo del banco, detrás y nada.

—Habrán entrado a robar una botella de agua y han decidido dejar la maleta —rio irónico—. ¡El servicio! Claro, la dejé en el servicio.

Aún intranquilo, agarró la maleta y el libro y fue a buscarla. Dobló la esquina y al acercarse a la puerta se quedó paralizado. Ya no tenía ningún relieve. Tampoco la de al lado. Para entonces la estación ya no parecía tan silenciosa. Su corazón bombeaba tan fuerte que escuchaba sus acelerados latidos como si fuese una rueda de molino girando a toda velocidad. Retrocedió unos pasos hasta salir de aquel recodo y miró a ambos lados de la sala de espera. Empezó a caminar por ella a toda prisa arrastrando su maleta sin ruedas. Seguro que se había equivocado de recoveco y habría otro igual con relieves en las puertas. Sí, eso era. Entre el susto y el cansancio debía de estar despistado.

—Detrás de esa columna —dijo acercándose a paso acelerado—. No... ahí no... Estará al otro lado, posiblemente esté en el otro extremo de la sala.

Después de recorrerla entera desesperado notó cómo le ahogaban las ganas de llorar.
Angustiado miró de nuevo el reloj de la estación. Estaba parado.

—No puedo creerlo. Esto es una pesadilla. ¡Que venga ya mi tren, por favor, que venga ya el maldito tren!- gritó entre sollozos abrazado a su maleta.

Entremezclándose con su agitada respiración y sus latidos le pareció oír un tren. Salió al andén y vio una luz que se acercaba.

—Por fin, gracias a Dios —dijo secándose las lágrimas.

El tren silbó. Se oyeron un par de veces los frenos chirriar contra las férreas vías. Cuando la locomotora llegó a la altura de la estación, iba aún bastante deprisa. Debía de ser largo y lo harían parar en los últimos vagones. Entonces vio el vagón de cola pasar por delante suyo a la misma velocidad y se alejó. Se alejó el tren, la luz, el traqueteo...

Todo volvía a estar oscuro y silencioso. Se quedó inmóvil mirando al frente. Su mente estaba en blanco, en shock.

Entró en la sala de espera, dejó su maleta junto a un banco, se sentó y se puso a leer hasta que se sintió cansado.


Cerró el libro y tras frotarse los ojos echó un vistazo a su alrededor. No había ni un solo viajero a parte de él mismo. Pensó que ya llevaba demasiado tiempo leyendo con la tenue luz de aquella lúgubre estación. Miró el enorme y viejo reloj de pared. Las tres y media. Aún faltaba más de una hora para su tren.



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3 comentarios:

  1. Me encanta! Aunque quizas podria haber sido un poquito mas corta? Me gustaria verte adentrarte mas por los terrenos de la ciencia-ficcion, las distorsiones espacio-temporales, etc... tal como haces aqui y tan sutilmente en "El Traje"

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    1. Tendré en cuenta tus deseos, sin duda! Y tal vez sí estaría bien acortarla un poco, aunque puede que se te haya hecho larga si has estado leyendo antes los microrrelatos; A veces pasa que uno se acostumbra a un ritmo y cambiarlo dificulta la fluidez de la lectura. Muchas gracias por leerme y por tus comentarios.

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  2. Hola, Gatuna. Me gustó mucho porque lograste una sucesión de climas diferentes dentro del clima general de corte fantástico.
    La circularidad entre principio y final crea casi una resolución en abierto. Soñaba? Le ocurrió? Lo imaginó?
    El título no me convence. No me termina de cerrar con lo que leo, porque aporta un exceso de certidumbre sobre un aspecto que, sin embargo, en el relato tiene varias aristas.
    Muy bueno.
    Un abrazo grande

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